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Espectáculos imaginados para la vida real.

Actualizado: 5 jul 2020

Por Olivier Dautais.


Teatro Entre 2: espectáculos imaginados para la vida real!

Las últimas frases sensatas de La descarga aún no se ha completado son una invitación a “desconectarse del flujo informativo-publicitario”. Es algo que hago muy seguido: más bien son pocas las veces que me conecto. Las noticias llegan, no me preocupo por ellas. Sin embargo, la variante francesa del flujo informativo-publicitario no dejó de alcanzarme últimamente, y ya que Teatro Entre 2 es una compañía franco-mexicana, voy a hablar de algo que me llamó la atención.


Me llamó la atención que en su discurso del pasado 16 de marzo, el presidente francés Emmanuel Macron dijera 7 veces "estamos en guerra". El presidente anunciaba el confinamiento total de la población sobre todo el territorio, que se prolongó hasta el 11 de mayo, como medida principal contra la propagación del coronavirus. Fue algo mucho más drástico que lo que estamos viviendo en México. En Francia hubo interdicción absoluta de salir más de una hora al día, y solo con una autorización en la mano y una identificación vigente. Ya que las técnicas de control son muy eficientes en Francia, entre policías, drones y cámaras de vigilancia fue difícil eludir estas reglas.

Hablar de guerra para presentar las medidas de protección contra una enfermedad es una metáfora, como decir que la enfermedad es un enemigo. Es increíble cómo uno se acostumbra a las metáforas, y se las cree. Los aviones, por ejemplo, no tienen “alas”: son los pájaros, los murciélagos, las moscas, algunas variedades de cucarachas, hormigas, mosquitos, etc., los que tienen alas. No sé cuál debería de ser la palabra correcta, pero lo que llamamos ala en un avión, ya que no sirve para su propulsión, no es un ala. El ala del avión es una metáfora construida sobre una semejanza visual evidente.

La metafórica guerra contra el covid-19 en Francia, con su toque de queda permanente, pareció ofrecer cierta semejanza con lo que experimenta una población en situación de guerra. Otro parecido más típico todavía de una situación de guerra fue (y sigue siendo) la reiteración ininterrumpida de mensajes para convencer, atemorizar, tranquilizar atemorizando a la gente. El “flujo mediático-publicitario” pues. Ese flujo había anunciado con varios días de anticipación el discurso del presidente francés como: “un discurso de Verdad para los franceses”. No sé ustedes, pero cuando alguien me dice: “te van a decir la verdad”, me pongo algo atento. Ahora, ¿en qué pienso cuando el que toma la palabra me afirma reiteradamente que estamos en guerra? Pienso que llegó el momento de hacerle caso a esta vieja frase : “la primera víctima de una guerra es la verdad”.

No vengo aquí a opinar sobre lo que es o fue cierto y razonable en las decisiones públicas y en el flujo mediático mundial, y lo que no: pero sí quiero quejarme de los comportamientos de este flujo. Su forma de dirigirse a nosotros con tan abrumadora - publicitaria, sí es la palabra - repetición de mensajes idénticos. Siento que tal discurso no se dirige a la parte razonable, meditativa e inteligente del que lo recibe, sino que busca acabar con la idea misma de verdad, de pertinencia, con la posibilidad de razonar, de racionalizar, de entender.

Recibí desde febrero los mensajes mediáticos relacionados con la pandemia como una violencia. Y al opinar sobre el asunto, o intentar pensar algo, recibí dos argumentos con más violencia todavía: 1- no soy especialista, no sé de qué hablo. 2- no pienso en los demás, soy irresponsable.

¿Por qué recibo estos argumentos como una violencia? Porque yo los traduzco, del francés al francés o del español al español: “haz lo que te dicen los que te hablan, tú no sabes, ellos saben mejor que tú.” Y: “No te están hablando para volverte sabio e inteligente: te están hablando para salvarte de una muerte posible”. Ahora yo pregunto: si no me quieren sabio e inteligente, ¿para qué me quieren vivo?

Ya tengo entendido que voy a morir, puedo creer que el coronavirus sea una posibilidad seria de morirme, pero quiero vivir dignamente una vida tan placentera como sea posible, sin que me griten en los oídos. Y si el coronavirus es un riesgo, veo como un peligro más cercano el hecho de ser peatón en un mundo invadido por los autos. Hace mucho que sabemos que los medias no operan para permitirnos balancear una información con otra, pero últimamente nos están empujando con demasiada determinación hacia conductas irracionales. No me dio risa ver ayer a una pareja darse besitos con los tapabocas puestos. Me aflige ver a una persona sola atravesar un estacionamiento vacío envuelta en varias capas de plástico.


Yo que tengo mi muerte por segura, y que no soy especialista, voy a hablar sin saber de las guerras y del poder: me parece que durante mucho tiempo el poder buscó ganar guerras. Atenas buscó ganar contra Esparta, Napoleón contra Wellington, los Rusos contra Napoleón, etc. La vieja frase sobre las guerras y la verdad alude al hecho de que durante siglos, los estados modernos, con sus conceptos de fronteras y sus naciones, trabajaron en crear enemigos para hacer guerras.

Actualmente, el que abre ocasionalmente un periódico se puede preguntar si ciertos países buscan ganar las guerras en las que se meten. Bien se sabe que el mejor ejército del mundo (repito lo que oigo), no acostumbra ganar guerras: ni en Vietnam, ni en Afganistán, ni no sé dónde, y lo que instaló en Irak es un caos. Los europeos, de su lado, se meten constantemente en lo que llamamos púdicamente en Francia “operaciones” - operaciones de “control”, de “protección”, en regiones de África o de medio oriente donde ni en los periódicos hablan de algo llamado victoria como una eventualidad.

Como forma cultural, la guerra ha cambiado. Se hacen actualmente guerras no para vencer al enemigo, sino para instalar o mantener un estado de guerra en algún lugar. Sabemos que de una situación de guerra se saca provecho: se abren mercados, se destruyen infraestructuras que habrá que reemplazar a cualquier costo, desaparecen las leyes, se concentran riquezas. En la nueva guerra, no importa ganar, ni siquiera ganar prestigio.

¿Alguien estará ganando prestigio en Siria, actualmente?

Siendo lo que es ahora y lo que ha sido anteriormente la guerra, ¿qué sentido tendrá insistir siete veces seguidas en la guerra para anunciar medidas sanitarias? Empecé a desconfiar de las metáforas cuando escuché el presidente de Francia precisar que “Ya que estamos en guerra, vamos a tomar medidas que, claro, no tomaríamos en tiempo de paz”. Con tal justificación, debemos de suponer que medidas democráticas.

Serán medidas poco democráticas pero momentáneas - pero dicen también que serán una excelente precaución para el futuro; de hecho, ya se está haciendo mucha publicidad sobre una segunda ola de coronavirus. He aquí entonces una guerra momentánea con medidas que van para largo. Debemos que entender que una democracia no puede enfrentar una pandemia: ni ahora, ni en el futuro.


Algo que ha dejado de ser una metáfora en todo esto es el “bombardeo informativo”. Se ha vuelto imposible acercarse a un aparato sin recibir explosivas declaraciones, cifras, anuncios, anécdotas sobre el tema. Todo es dramatismo, cifras impresionantes (pero sin referencias), gritos, humo, humo, fumarolas. Se fueron al quinto plano el ciclismo, la sustentabilidad, los asesinatos, el dengue, el paludismo, el hambre, la contaminación, la repartición de riquezas, los paraísos fiscales. Desapareció el Estado Islámico. Desapareció todo fuera de nosotros: estamos en guerra nosotros. Nosotros franceses, nosotros mexicanos, nosotros chinos, coreanos, alemanes, italianos, etc.


Julio César, el emperador romano, quién hacía guerras a la antigua, repite dos o tres veces en La guerra de las Galias (dos o tres veces es de notarlo, porque se expresaba con pocas palabras: muy a la antigua también!) que “no hay peor peligro que el que no se ve”. Y relata unos desastres ocurridos a legiones que abandonaron posiciones seguras por hacerles caso a rumores malintencionados. Se dejaron manipular, diríamos hoy, por un miedo en directa relación con la invisibilidad de algún otro peligro. Estoy convencido de que los vecinos de mi colonia leen a diario un poco de Julio César: piensan que una bacteria no se ve, y que es un tesoro vivo para rumores y manipulaciones.

La prueba de que leen a César es que no se ponen tapabocas. Seguramente, mientras no se hayan encontrado con víctimas de la pandemia, seguirán con lo que endulza sus vidas: acaban de festejar a sus mamás; festejaron cumpleaños y fiestas patronales, con piñatas para los niños y bandas para los adultos; hay cerveza en las tiendas; los borrachos de mi calle siguen jugando naipes sobre la cajuela de un coche estacionado; tengo sospechas de que la gente de bien sigue celebrando misas en el centro parroquial, a escondidas.

No los juzugen. Se están adaptando a la guerra metafórica. Muchos de ellos son familias de bajos recursos, que saben más que nadie de la permanente, cotidiana, contienda económica en la que nunca dejan de perder. Los veo actualmente agradecidos por dos aspectos nuevos que presenta la guerra metafórica: es excelente que se trate de una guerra sin bombas de verdad; es placentera la relativa calma que se extendió en la ciudad. Por un momento.


Imagen de Olivier Dautais.


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