Por Arnaud Charpentier.
El teatro, ¿síntoma de los malestares de nuestro régimen político?
Como todos lo sabemos, el teatro occidental se origina en la antigua Grecia, en Atenas del siglo V antes de Cristo, la época de la famosa democracia ateniense. En aquel entonces, los ciudadanos (omitiendo las mujeres y los esclavos) solían reunirse, de forma obligatoria, a lo largo del año en edificios específicos: los teatros. En griego, teatro significa el lugar desde el cual se puede observar. El lugar en donde la comunidad humana se va a sentar para reunirse, para compartir algo. Se construyeron edificios en varios puntos de la ciudad, de tamaños diversos, unos muy grandes en dónde podían acudir miles de personas, otros más pequeños, espacios de proximidad.
Fueron cavados en la roca de montañas, de manera que se formaban gradas circulares que descendían hacia un escenario. Por lo específico de su arquitectura, estos edificios pueden enseñarnos muchas cosas. En efecto, difieren mucho de los teatros que conocemos hoy en día: cajas negras, cerradas, cuadradas, con un escenario elevado. Esto nos habla ni más ni menos de una visión del teatro totalmente opuesta a la nuestra.
Imagen de Olivier Dautais.
El círculo es una forma abierta, sin duda alguna es la manera más natural de agruparse. Por ejemplo, si algo sucede en la calle, digamos un accidente, el reflejo instantáneo de los transeúntes formará un círculo alrededor del acontecimiento. Siempre un círculo, nunca un cuadrado o un triángulo. Podemos hablar de una geografía espontánea, la única forma geométrica que nos permite ver todo, y además vernos a todos mirando.
Así que se puede afirmar que en los teatros de la antigua Grecia, los espectadores estaban incluidos físicamente en el acontecimiento escénico. ¿Qué pasa en nuestro teatro, en nuestras salas modernas? Estamos todos alineados, mirando hacia un único y mismo punto.
En la antigua Atenas, el escenario estaba situado por debajo de las gradas, es decir que los actores estaban literalmente dominados por el público. Simbólicamente, es muy fuerte: la comunidad estaba arriba de los actores, considerada cómo más importante que lo que ocurría en el escenario. Entonces, si partimos del punto de vista de que la altura es muestra de poder, ¿qué sucede hoy en día en la mayoría de nuestras salas teatrales? Los actores están arriba del escenario, por encima de la sala, de la orquesta. Los que tienen la palabra dominan físicamente a sus semejantes.
A nosotros, espectadores nos parece normal, ya que estamos muy acostumbrados. Además, la aparición de la electricidad hace apenas más de un siglo vino a reforzar esta dominación: al contrario de las representaciones en la antigua Grecia que ocurrían a la luz del día y en dónde todos los seres presentes tenían la misma importancia, ahora se enfoca la mirada hacia un solo punto, el escenario bañado de luz, mientras los espectadores se quedan en la oscuridad. Físicamente borrados. Durante el momento de la representación, no existen. Además tienen que callarse, quedarse quietos y en silencio. Podríamos fácilmente hacer la analogía con las aulas en las escuelas, en donde existe esta misma relación de dominación entre los alumnos y el maestro. Es exactamente lo mismo que sucede en el ámbito de la vida política. Los políticos, los representantes de la nación (una palabra que nos remite a la representación teatral), dominan a los demás. Y son ellos que detentan la palabra. En nuestras democracias, llamadas democracias representativas (un concepto por cierto muy contradictorio y que daría mucho de qué hablar, quiero decir, mucho más de lo que se está hablando), una minoría, la clase política, gobierna, contiende, habla en nombre de todos los demás, que se quedan callados, completamente ausentes, borrados del debate político, idiotas. (La palabra idiotés, en griego, se usaba en aquella época para designar a los apolíticos, a los que no participaban en la vida pública, a lo político.)
Entonces sí, profesionales de la actuación teatral o de la política son simbólicamente una y la misma cosa: Representan. Nos representan. Es decir hablan por nosotros. Cosa que aceptamos todos de manera natural, pues la sociedad, la escuela, o la misma prensa nos han enseñado a aceptarlo como si fuese lo normal. Nos dicen: “Es que Ellos son los más preparados, los más brillantes, los más bellos, los mejores,”. De paso, me permito recordar aquí que la palabra aristocracia en griego significa el poder en manos de… los mejores (y no de la nobleza, como se suele pensar). Democracia, al contrario, significa el poder en manos del pueblo, es decir… de todos. Ricos, pobres, gordos, feos, guapos, tontos etc. Eso nos remite a nuestro régimen actual, un régimen en dónde, al fin y al cabo, el poder se concentra en manos de unos cuantos, los especialistas, los profesionales, los mejores. ¿Usted cree realmente que en México, o en los Estados Unidos, en Francia o en España, estamos en democracia? Y el teatro tal como lo conocemos, ¿constituye un instrumento democrático?, o más bien ¿sirve para reforzar los mismos mecanismos de poder de un régimen que de democrático solo tiene el nombre?
Fin de la primera parte.
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