Texto de Samuel Gallet.
Traducción de Francia Castañeda.
Misma noche. Departamento en el último piso del edificio. Luces intermitentes en el exterior. HASSAN.- ¿No podrías irte a otro lugar? MARLENE.- Me fui de casa. Mis padres viven ahí encerrados. Ven tele. Sentados, inmóviles frente a todos esos tipos que les hablan como a retrasados mentales y todavía les piden su opinión. Me salí, caminé doscientos metros por la calle, di media vuelta, regresé, dije Adiós, me voy, ya me voy, ellos dijeron Hasta mañana y le subieron al volumen. HASSAN.- ¿Y tú crees que aquí está mejor? MARLENE.- Supongo que vas a hacer lo que dijiste. HASSAN.- Regrésate a tu casa. MARLENE.- Hay patrullas por todos lados. Me revisaron al venir. Vieron mi cara, no abrieron mi mochila. Abre su mochila, saca un bidón de gasolina. MARLENE.- Gasolina, mira, está lleno. Mi contribución para ayudarte a prender fuego. Y después también me gustaría que fuéramos a prenderle fuego a la casa de mis papás. HASSAN.- ¿Bebiste antes de venir? MARLENE.- Nada qué ver. HASSAN.- Pero bebiste. MARLENE.- Para tener el valor de verte. HASSAN.- ¿A qué viniste? ¿A disculparte? No es tu culpa. Lakdar habría salido de todos modos esa tarde aunque no hubieras venido. Golpes en la puerta. EL NIÑO.- Ya está. Hassan le da un billete. EL NIÑO.- Más. Hassan le da un billete extra. El Niño toma los billetes y se va. HASSAN.- Hoy se cumple una semana de la muerte de mi hermano. Necesito que alguien se quede cuidando a mi madre. MARLENE.- Yo me quedo. Silencio. HASSAN.- Cuando supe lo de Lakdar, lo primero que miro es el vaso de agua sobre la mesa de la cocina. Y es el lago al que íbamos cuando el calor invadía el edificio, los recuerdos de verano. Tomo el vaso, miro los remolinos del agua, las playas llenas, los niños al sol y las salpicaduras y un asomo de felicidad dibujada en el rostro de mi hermano. Mi madre pide a gritos al teléfono que le devuelvan a su hijo, no entiende el nombre del hospital, no quiere entender nada. Los cubiertos vuelan, se clavan allá abajo en la tierra, mi madre pasa por encima del borde de la ventana, la detengo por la cintura, me golpea, rodamos por el suelo, grita, la recuesto, llora, se duerme. En la sala de reanimación del hospital, reconozco a mi hermano. Me dicen que dejó de serlo desde hace diez minutos, me sirven un vaso de agua. Miro adentro. Y ahí está Lakdar de seis años que le dice un día a papá ¿Tú no trabajas lo suficiente o qué? Nunca salimos de vacaciones, y la cachetada que recibe y la vergüenza de mi madre, el rostro vuelto hacia otro lado. Señor, me dicen y me dan una bolsa con sus pertenencias. Me llamo Hassan. Tengo veintiocho años. Existo. Soy el hermano de Lakdar. Señor, tiene que ir con la policía. Váyanse a la mierda, regreso a casa. En la cocina, dejo que el vaso de agua no se llene de imágenes y espero. Silencio. Hassan toma el bidón de gasolina. HASSAN.- Si se despierta, tranquilízala. Si el dolor es demasiado, aquí hay somníferos. Si hace falta, te pagaré. MARLENE.- Basta. Hassan sale. Marlene inmóvil, el vaso de agua entre las manos.
Próximamente en Los Textos de La Capilla.
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