De Sergio Solís.
El virus y el encierro nos obligaron a detenernos. Nadie lo hubiera decidido por sí mismo.
Toda rutina y hábito fueron interrumpidos por la cuarentena. Entre ellas las del mercado.
Podemos presenciar la desactivación del consumo frente a nuestros ojos, que ha dejado al descubierto nuestras necesidades esenciales para la vida, no las impuestas por la cultura del consumo. De entrada nos dimos cuenta de lo prioritario: la salud. Y sobre todo que somos vulnerables, finitos y que no importa la clase social, religión o preferencia sexual, te puedes morir de Covid o de cualquier otra enfermedad, repentinamente.
Detener el ritmo vertiginoso de producir que nos exige el sistema capitalista nos permite observarnos desde un lugar distinto al que nos hemos acostumbrado a estar. Es el momento para constatar en el presente lo que hemos construido y aprender del pasado.
Gracias al encierro tuve la oportunidad de leer “Apoyo Mutuo“ del lúcido anarquista ruso, Pietr Kropotkin.
El libro, a grandes rasgos, trata de refutar las malas interpretaciones de Darwin, hechas por los darwinianos, en específico sobre la idea de la supervivencia de las especies a partir de la ley del más fuerte. Kropotkin, en un análisis científico y filosófico de las comunidades en diferentes especies, incluyendo la humana, concluye que la solidaridad de las especies contra el medio adverso es la clave para entender la supervivencia de las mismas.
En el caso de la especie humana, se hace una recapitulación de cómo la humanidad desde sus inicios ha fomentado el apoyo mutuo en pos de sobrevivir; es hasta la invención del capitalismo, el cual, apoyado por el estado, instaura el competir como la forma natural de cohabitar en comunidad, pues sirve a sus intereses.
Ahora la pandemia, ha dejado al descubierto la necesidad de Solidaridad global. Para los mexicanos y mexicanas de mi generación, la palabra solidaridad trae amargos recuerdos. Perdió completamente su significado cuando el despreciable expresidente Salinas de Gortari lanzó en los 90s su campaña presidencial en la cual usaba como eslogan la palabra “Solidaridad” y así instauraba con una promesa falsa de unión, las políticas propias del neoliberalismo, las cuales nos han llevado a la distópica realidad en la que vivimos. Aún así y con clara intención de familiarizarla para futuras generaciones, la palabra bien vale la pena ser rescatada, sobre todo por la fuerza integral de transformación y de acción que tiene implícita.
La solidaridad no es sólo un acto de unión sino además es un sentimiento que se manifiesta también en las especies animales, en las plantas y en los seres humanos. La solidaridad también es un instinto que alude a la simbiosis y a la colaboración en favor de la supervivencia y la evolución. Es una necesidad de vida que se activa de manera natural. Y que ha estado dormida debido a la productividad, la obediencia y la lucha de clases. La solidaridad busca el disfrute de la vida en común de las especies y en el caso de los humanos también, el bienestar intelectual de todas lxs integrantes de una comunidad. Bienestar intelectual es la capacidad de procesar información, de entender-aprender nuevas habilidades y de incorporar ideas. Gracias a ello, quien lo posea, tiene herramientas para interpretar y entender el mundo, y en consecuencia, herramientas para su posterior actuar en él.
En muchos momentos de su historia, el teatro ha sido el contrapunto al poder y a lo establecido por la moral, la religión y el Estado. Era claro contra quien se luchaba.
Ese carácter subversivo fue suprimido y maquillado para encajar en los estándares del mercado. Ahora luchamos entre nosotrxs (teatrerxs) por un lugar en la vasta oferta del entretenimiento, para que nos den premios, likes y promoción.
¿Contra quién debería ser nuestra lucha hoy en día?
El Capitalismo es nuestro medio adverso, no las diferencias en conceptos o posturas artísticas. El medio atenta día a día contra nuestra existencia cuando se empeña en quitarnos esa interconectividad que vivimos de manera natural, y nosotros atentamos contra nuestra misma existencia cuando nos entregamos pasivamente al proceso. La lucha contra el medio adverso, sin apoyo mutuo, es mortal.
Por eso es momento de pensarnos. Desde nosotros: Pensar el cuerpo, nuestros afectos, el tiempo que vivimos, nuestros vicios de consumo. Desde la comunidad teatral: todo aquello que alimenta al Teatro, de re-pensar su pertinencia, evolución y relación con el público; aún más importante pensar, y posteriormente hacer, un teatro que esté a la altura del momento histórico. Asumir la responsabilidad que tenemos: el cultivar la sensibilidad y el imaginario de las personas.
Si regresamos después de esto, a seguir montando la obra que teníamos en la cabeza, no entendimos nada, porque el momento histórico que estamos viviendo lo cambió todo. Es momento de aprovechar la interrupción dada y hacer de ella la hendidura por la que podamos colar el cambio de paradigma.
El Teatro es la experiencia humana que celebra y ocasiona el contacto humano, la reunión y el sentido de comunidad, el cual se vuelve fundamental en tiempos como los nuestros, llenos de represión moral, corrección política, negación de los cuerpos (y sus libertades) e hipocresía. El teatro ha retado al sistema y ha roto cánones. ¿Pero sigue siendo así?
Somos responsables de que a nadie le importe si los recintos escénicos abren sus puertas en una semana o en dos años. No somos una necesidad de vida. Si nosotrxs no cambiamos desde adentro de la comunidad esos aspectos que nos niegan la autonomía como artistas, si nos negamos y por ende imposibilitamos a la sociedad del bienestar intelectual sólo entreteniéndoles, seremos los ejecutores de nuestra propia desaparición como arte.
Rompemos la solidaridad entre nosotrxs al regresar, como si nada hubiera pasado, a la “Nueva normalidad”. El mismo hecho de nombrar los tiempos que vienen así, entorpece el pensamiento crítico hacia nuestra forma de relacionarnos con el mundo y anula la posibilidad de cuestionar las decisiones que se toman para mantener el satus quo.
¿Cómo regresarle al Teatro su carácter subversivo y su sentido solidario para el bien común?, ¿cómo hacer resistencia a la mercantilización del arte, ante la precariedad de las políticas culturales?, ¿estaremos a tiempo para alterar colectivamente nuestra relación con los dispositivos de comunicación y dar pie a pensar en la importancia del contacto presencial? No lo sé, sólo sé que no es una batalla en solitario.
Sergio Solís. Estudió la Licenciatura en Actuación en la Escuela Nacional de Arte Teatral del INBA. Su proyecto llamado Bicéfalo tiene como base la colaboración con diversas disciplinas artísticas así como el intercambio cultural artístico con otros países como han sido: Austria, Taiwán, Lituania, Indonesia, Inglaterra y Corea del sur. Su búsqueda se centra en reflexiones sobre la identidad y su transformación continua dentro de la complejidad de los nuevos escenarios sociales, creando imaginarios alternativos. Su campo de trabajo abarca Teatro, Danza, Performance art, así como la práctica continua en la interdisciplina. Ha colaborado en México con compañías como: Los Endebles, Teatro Alamar, Proyecto Perla, Tercer Teatro, Género Menor y (TM) Teatro del mundo, el International Actors Ensemble y el proyecto multidisciplinario DADADA!!!, entre muchos otros. Miembro fundador del grupo de experimentación dancística “MUTOK”.
Sergio colaboró con Teatro Entre 2 en la intervención en bicicleta "Tragedia Sobre Ruedas, un espectáculo sin frenos" y el proyecto de intervenciones "Y ágora qué?" donde se cuestionó la democracia y el papel que jugamos los ciudadanos dentro de ella.
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