Por Julia Arnaut.
Hay una extraña dualidad entre cuidarse a una misma y cuidar al resto. Quieren vendernos la idea de que, estando bien cada quien consigo, podrá entonces aportar “desde su trinchera” al bien común.
Suena muy bonito, pero esa afirmación, encierra una trampa: el individualismo. Pensar que estar bien con una misma basta, nos puede llevar a la idea de que, lo que me hace bien a mí, le hace bien al resto y que, si no están bien es porque no quieren. El otro extremo es cuidar al resto -o procurar el bien común- mucho más de lo que cuidamos de nosotras. Esto también lleva consigo una trampa que es la de irse de bruces y no aprender a poner (nos/les) límites.
No les contaré toda mi historia personal ni les haré la suma de las sesiones de terapia que me he llevado en encontrar un equilibrio entre estar bien conmigo y para mí, sin olvidarme del resto. Sería además una mentira absoluta dar ese tema por resuelto porque vuelvo a él casi en cada decisión importante -o no tan importante- de mi vida. Lo que quiero platicarles es que para mí, la pandemia se volvió un laboratorio de esa situación.
Nuestro encierro colectivo es, a la vez, un acto individual y un pequeño hacer para el bien común. Nuestro poder para ayudar a bajar un poquito la situación de alarma en los hospitales, consiste sólo en quedarnos en la casa… si podemos. Nos han repetido hasta el cansancio que no todo el mundo puede quedarse en casa y es verdad. Cuidarnos y cuidar al resto se vuelve un privilegio para quienes pueden.
Y ahí entramos en otro terreno pantanoso porque en este país, en este mundo, tener lo básico se vuelve un privilegio, porque no todas las personas pueden tenerlo. Así que pasar una pandemia con comida sobre la mesa y un techo sobre nuestras cabezas todos estos meses, se vuelve especial. Y no tenemos trabajo hace meses, los teatros no parecen abrir hasta el próximo año… hay mil otras cosas que nos faltan, pero tenemos eso que es básico y privilegiado al mismo tiempo. Y si no lo tenemos, sabremos cómo conseguirlo con nuestras redes porque contamos con ellas. Hay quienes no tienen ni eso.
Y entonces viene una cosa muy molesta parecida a la culpa. Porque no tenemos nada en realidad, más que una red de apoyo. Nada más que eso y es muchísimo. Nos angustia pensar que no hay teatro, que no habrá público, que no hay ingresos y da miedo crear cosas chingonas que pueden esfumarse en cualquier momento. Y aun así, hay gente que está peor. Entonces, ¿por qué deberíamos sentirnos así, si en realidad “estamos bien”?
Nada está bien porque el mundo se paró para mucha gente, porque tanto quienes nos guardamos como quienes no pudieron parar, perdimos más de una cosa importante en esta pandemia. Y nada está bien, aunque tengamos techo y comida todos los días. Aunque tengamos una red, esta pandemia es una mierda.
Aun así, pienso que hemos desperdiciado una oportunidad de pensar cómo podemos cuidarnos más allá de la pandemia. Porque en las discusiones del día a día hemos pensado en lo que hay que hacer para no contagiar ni contagiarnos, para no saturar los hospitales. Cada persona, según sus posibilidades -y hasta por su carácter-, ha determinado qué puede hacer por el bien propio y el común. Pero el COVID y nuestros encierros, nos abrieron otro montón de preguntas que, por sentirlas inabarcables, hemos decidido dejar para después: ¿Estoy en este mundo parada sobre los hombros de alguien más? ¿Mi bienestar depende del malestar de otras, de otros? ¿Cómo nos llevamos esto que se nos sembró durante la pandemia, a nuestro día a día cuando vuelva la “normalidad”?
Si el regreso a la nueva normalidad fuera abrupto, si tuviéramos una fecha clara en que “todo volverá a ser lo que era”, sería más fácil planear una estrategia: a partir del veintitantos de sabecuál mes haré tal o cual cosa, diríamos. Y en el mejor de los casos cumpliríamos nuestra palabra.
Este regreso a cuentagotas hace que se nos cuelen las inercias de antes con mucha facilidad, porque necesitamos de eso que llamábamos normalidad.
Con la incertidumbre a cuestas, no nos queda otra que preguntarnos día a día ¿qué puedo hacer hoy para sobrevivir? Lo demás, parece inabarcable. En ese “sólo por hoy” al que nos obliga esta situación, vamos dando cada paso con la mesura de quien teme resbalar en el siguiente escalón. Y con esa mesura, nos cuidamos y cuidamos al resto, de a poquito, susurrándonos palabras de aliento como si supiéramos algo de esta vida. Nos vamos diciendo bajito “vas a estar bien, ya verás” y nos gusta contarnos la historia de que esto también pasará. Porque pasará, sin duda.
Nunca los "¿cómo estás?" habían sido tan bonitos, tan genuinos y tan llenos de cariño. Preguntar algo tan básico como eso, se vuelve primordial para cuidarnos y para poder seguir guardada cuidando al resto. Ojalá eso trascienda este momento que sobrevivimos ahora.
Y así como ser privilegiados no nos quita el dolor por lo perdido ni nos anestesia contra el dolor ajeno, preguntarnos cómo estamos no anula la posibilidad de saber cómo está la demás gente.
Ojalá, pasado el experimento, sigamos siendo capaces de preguntarnos todos los días: ¿Cómo estoy? ¿Cómo están mis quereres? ¿Cómo cuidamos -juntas, juntos- al resto del mundo? Ojalá sigamos siendo capaces de cuidarnos bonito.
Foto tomada por María Fernanda Arnaut, cortesía de Julia.
Julia Arnaut. Actriz de día, cabaretera de noche. Le gusta imaginar y crear otros mundos posibles a través del teatro en comunidad del humor. Le gusta muchísimo que la gente vaya al teatro, pero le gusta, todavía más, llevar teatro a donde está la gente. Es fundadora de la compañía La Canija Teatro que vincula el quehacer teatral con la organización comunitaria.
Julia ha colaborado con Teatro Entre 2 en la más reciente puesta en escena "Agoralia, la muy sucinta y brevísima historia de la democracia" y en "Arbolea, convivio de arte y ciencia bajo los árboles".
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